La radio es una gran fuente de noticias, curiosidades y chascarrillos y muchos de ellos tienen a los niños, nuestros hijos, en el centro del meollo.
Ayer escuché un programa en el que comentaban la costumbre que parece que hay, sobre todo en Estados Unidos, de medicar a los niños por “supuestos trastornos” con lo que nada más y nada menos que un once por ciento de su población infantil está siguiendo un tratamiento medicándose.
Y por temas tan peregrinos como una hiperactividad que pudiera estar perfectamente mal diagnosticada y que se trate, simplemente, de un niño inquieto, nervioso o que no tiene los estímulos necesarios.
Y hablando de lo “nerviosos” que parecen los niños ahora en comparación con nuestra generación, por ejemplo, comentaban algo que da que pensar y que, muy posiblemente, tenga su punto de razón.
La vida que llevamos (o que nos vemos obligados a llevar los adultos), siempre corriendo de aquí para allá, con estrés, tensiones, prisas tiene que influir, inevitablemente, en nuestros hijos.
Contaban, por ejemplo, que a nosotros nos exigían “aburrirnos” de vez en cuando, no estar constantemente sobreexpuestos a estímulos; así, por ejemplo, nuestra capacidad para leer un libro y no dejarlo a la primera de cambio es mayor que la de los niños de ahora.
Parece lógico que alguien que vive con nosotros todo el día se vea influenciado por lo que nos pasa, por nuestro estilo de vida. Y más en el caso de un bebé, cuya mente es un libro en blanco en el que se irá escribiendo, entre otras cosa, lo que le demos nosotros, el bagaje que le cedamos.
Así que, pensadlo bien. Si queréis un niño excesivamente nervioso (incluso con medicación, en casos extremos…) no os toméis pausas con él, no juguéis con él, no le soseguéis vosotros…
Recordad que vuestros hijos os tienen como primera referencia… para lo bueno y para lo malo.
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