Nuestros hijos nos tienen ganados desde que nacen

Resulta evidente que nuestros hijos, desde el momento que nacen, o incluso antes, nos tienen ganados. Primero porque suelen ser deseados (quiero creer que la mayoría lo son) y este hecho ya dirige en gran medida nuestra forma de afrontar esa relación que vamos a tener con quien es desconocido pero al que le abres el corazón de par en par.

Pero en segundo lugar porque de por sí tienen “armas” que ellos pueden llegar a conocer o no, que les convierten en perfectas “herramientas de seducción de padres”.

nuestros hijos y el amor que les tenemos

Me explico.Un bebé recién nacido, por ejemplo, tiene los ojos grandes y, probablemente porque no ve apenas nada, fija tanto la mirada que parece que te taladra y su atracción es inmediata. Además, su piel, tan suave, los dedos de sus manos y pies, tan de juguete, tan entrañables sólo pueden generar en os adultos en general y en los padres en particular un sentimiento de protección. Primer punto a su favor.

Cuando van creciendo, su “táctica” va cambiando.Al principio será una sonrisa, que luego se convertirá en risa y posteriormente en risa consecuencia de algo que le has hecho tú (lo que colma de felicidad absoluta a los padres).O un balbuceo, tan rico, tan simpático, tan tierno… que provocará una inmediata caída de baba de sus progenitores.

Y no digamos cuando nuestros hijos empiezan a quedarse sentados o empiezan a gatear o se levantan, se ponen de pie y dan sus primeros pasos.

nuestros hijos nos tienen ganados

Y si, además, acompañan todos estos “logros” con un espontáneo aplauso propio. Pues que, claramente, además de la hilaridad del respetable público conseguirán su entrega más absoluta.Lo malo es que ellos lo saben.

nuestros hijos nos gana

Cuando mi hijo de dieciséis meses se puso el otro día a jugar conmigo, yo tirado en el suelo, y él echándose para atrás como para tomar carrerilla antes de echarse sobre mí, se encorvaba echando la cabeza hacia atrás y sacando tripa y al ver que ese gesto provocaba la carcajada de los adultos que estábamos con él, comenzó a repetirlo y finalizar cada movimiento con su propia risa, como invitándonos a que le acompañásemos en su diversión. Esto, por supuesto, suponía más y mayores risas por nuestra parte y, por supuesto, la seguridad de que, una vez más, nos había conquistado.

Ni que decir tiene cuando, al llegar yo del trabajo, me agacho y viene corriendo con los brazos abiertos para abrazarme. ¿Cómo me puedo escapar entonces a su influjo? Pues eso, que ganado me tiene…

 

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Acerca de Javier

Un Padre con la L
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