Ni don Juan ni Juanillo o ni blanco ni negro, es uno de mis lemas. Y después de venir de la reunión personal con la profesora de mi hija de cinco años, leo atónita que María, la niña gitana de Grecia que presuntamente había sido secuestrada ha sido seguramente vendida por sus padres. Y me pregunto cómo puede una madre vender a una hija por dinero y antes de eso cómo puede una madre traer o no una vida al mundo para cobrar más o menos ayudas sociales.
Nadie sabe en qué tesitura se encontrarían esos padres porque todo depende del cristal con qué se mire y las versiones pueden ser infinitas pero, el daño emocional que esa niña ha guardado en su caja no vale el dinero por el que la vendieron.
Y me descubro cansada, por querer hacer las cosas perfectas, por querer cocinar comida sana y atractiva, por querer llegar a todo y a todos los niveles leyendo infinidad de libros sobre educación para poder ofrecer una correcta educación emocional a mis hijos, dando teta a demanda y “hasta el infinito” como dice mi hermana… y entonces pienso, cómo de diferentes podemos ser dos madres en función de la cultura y de la mochila que llevemos a cuestas y la educación que hayamos recibido. Y cómo de diferentes pueden ser las vidas de los niños en función del lugar donde nazcan. Algunas personas piensan, que son los niños los que escogen a sus padres antes de nacer y que vienen a vivir experiencias.
Sea o no cierto, la verdad es que los padres debemos educarnos para poder educar y en el momento que una persona decide traer nuevas vidas al mundo que sea porque realmente está dispuesta a guiarlas hasta que puedan valerse por sí mismas. Los humanos somos mamíferos que al nacer no nos valemos por nosotros mismos y dependemos de los cuidados de nuestros progenitores u otras personas. Cuidemos entonces a los niños pero en todos los sentidos, incluyendo el emocional.
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