Hoy hablaba con mi tía sobre la diferencia entre las personas que estamos con la crianza y cuidando de los peques las 24h. Se dice pronto, pero las 24h son las 24h...de noche y de día. Esto supone no tener ningún momento para tí, salvo cuando duerme la siesta el o la peque, momento en el cual sueles aprovechar para hacer las mil cosas que no has podido hacer durante días y días, aunque lo que más te apetezca es dormir con él…
La conversación ha surgido a raíz de las preocupaciones de las madres cuando un o una peque están malitos o tienen que pasar por un quirófano o algún trance grave, sobre cómo cuesta dejar de pensar en el trance que van a tener que pasar o incluso dejar de hacernos responsables de lo sucedido pensando en qué habremos hecho mal o qué más podríamos haber hecho para evitar la situación desagradable.
Mi tía me explicaba sobre cómo ansiamos la rutina en esas épocas en las que vemos truncada la misma por algún motivo desagradable e incluso cómo se detiene el mundo entero hasta que pasa el maltrago y vuelves al día a día.
En el momento en el que conversábamos lo entendí, pero no fue hasta ayer cuando lo sentí en mi propia piel y me acordé de sus palabras, una vez ya habíamos venido del dentista y de sacarle la otra pala a mi bebé-niño de 23 meses.
La crianza a full-time es reconfortante, hay momentos en los que me entra una alegría indescriptible cuando pienso en lo afortunada que soy por no perderme ni una monería de mi bebé, pero es dura, porque toda tu energía y mente, además de tu cuerpo físico, se dedican a ello.
¿Y vosotros y vosotras? ¿Habéis bendecido alguna vez a la rutina?
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