Con nuestros comentarios y consejos, dando el valor que se merecen las cosas, podemos llenar y enriquecer la mochila de nuestros y nuestras peques, incluida la emocional.
Hace unos días cuando volvía de dar un taller en un barrio de las afueras de Barcelona, me llegó al alma la conversación de una niña de unos 7 años (como mi hija) con su madre.
La niña, que ayudó a llevar el carro de su hermano pequeño mientras su madre picaba el billete, preguntaba si podría ir ese año de colonias (campamento).
La madre, entre atención a una nota que le habían dejado en la mochila a la niña del comedor del colegio y atención que dedicaba también al pequeño que iba en el carro, le contestaba pacientemente que no, que ya había ido el año anterior y que era mucho dinero.
Como la niña seguía intentando, con mucho interés, convencer a la madre, al final ésta le preguntó qué qué hacían en las colonias para que tuviera tantas ganas de ir.
A la pequeña le empezaron a brillar los ojos mientras explicaba que irían de excursión, que pasearían en un barco, harían fiesta por la noche y podrían contar cuentos hasta tarde.
Al final, fue tanto el entusiasmo que desbordaba la pequeña, que la madre le contestó un “bueno, ya veremos” que a la niña le sentó maravillosamente, aunque su madre contestara un “no he dicho que sí, he dicho que ya veremos”.
Y en segunda fila contemplaba la escena mientras pensaba en lo afortunada que es mi hija y lo poco que aprecian los y las peques el valor de las cosas cuando se da por sentado que las tienen que tener.
Y por un momento pensé en darle a esa niña las colonias que mi hija no desea, porque seguro que las disfrutaba muchísimo más.
¿Somos conscientes de hasta qué punto son afortunados y afortunadas nuestros y nuestras peques?
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